Cuando tenemos la suerte de cobrar un premio de lotería, nos sorprende una herencia, o simplemente aflora algún dinero inesperado, nos encontramos en la tesitura de qué hacer con él. En el caso de que este no sea un recurso escaso en nuestra economía familiar diría que ‘el arte es libre’, pero en cambio, si nuestro patrimonio está comprometido por una serie de deudas, lo más razonable es que una parte importante del dinero extra que hayamos percibido se destine a amortizar deuda.
Tomada la decisión sobre qué prestamo queremos amortizar, por ejemplo supongamos que es un préstamo hipotecario, se nos plantean dos grandes opciones:
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Reducir cuota: con ello, nuestra vida cotidiana sería más holgada, pero no podemos olvidar que mediante esta opción la ‘velocidad’ a la que se amortiza el principal de la deuda disminuye, y por tanto a la hora de calcular los intereses, estaremos pagando durante más tiempo un mayor importe por este concepto al no reducir el plazo de vencimiento.
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Reducir plazo: en cambio, si nos decantamos por la opción de amortizar disminuyendo el plazo al que vence nuestra deuda, ganamos.
¿Porqué ganamos? Pues la razón es la inversa a la anterior, al disminuir el plazo de vencimiento de nuestra deuda, obtenemos una ganancia neta (o menor coste), porque al que reducir los intereses del principal de nuestra deuda, nuestro coste financiero se reduce.
Tengamos en cuenta que la diferencia entre un plazo de 30 años a uno de 20 supondría un ahorro considerable, ya que nos estamos quitando de un plumazo el coste de los intereses que se habrían de satisfacer a la entidad prestataria por la diferencia de 10 años.
Por ello, invito a los que agradablemente se encuentren en esta tesitura, que al tratar este asunto con su banco no le den gato por liebre, y recuerden, reducir plazo siempre es la mejor opción.
Imagen | davidlacartadavidlacarta
En Ahorro Diario | Cómo calcular la cuota de un préstamo