Antes llevar un Rolex y escribir con un Montblanc y hoy, salvando las diferencias, llevar un iPod y escribir en una Blackberry es señal de cierto estatus.
Pero ya no se trata sólo de mera ostentación sino de alimentar el propio ego poseyendo la cámara digital más miniaturizada, el móvil con la interface más avanzada, el mp3 con más gigas o el ordenador que es capaz de mover más frames por segundo en el Crysis.
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Ojo, no digo que poseer alguno de estos gadgets de última generación constituya en si mismo un despilfarro. Estoy seguro que algunos son capaces de sacarle el máximo partido. Pero para la mayoría son perfectamente prescindibles.
Los problemas comienzan cuando no podemos evitar sucumbir ante las novedades. Gente que aún estando satisfecha con su actual móvil deciden sustituirlo por el mero echo de que ya no es el último modelo.
Y es que si algo he aprendido tras años trabajando en un SAT, es que aunque casi nadie es capaz de responder a la pregunta de qué marca y modelo de teléfono tienen, todos afirman que el suyo es “el último modelo”. Qué duda cabe.
Fanáticos consumidores a la espera de cualquier nuevo avance que les haga más felices. Felicidad que nunca alcanzan, porque siempre habrá algo nuevo que comprar. El marketing, creando nuevas necesidades, siempre un paso por delante.
Se reúnen en foros, crean comunidades de usuarios con intereses afines, realizan reviews y exhaustivas mediciones comparativas. No soportan no tenerlo último.
Las empresas son conscientes de este hecho, y lo aprovechan dosificando al máximo los avances y características que de forma progresiva van incorporando en sus modelos, con el único fin de darles un motivo para renovar sus aparatos cada poco tiempo.
Otras además, a sabiendas de que algunos compradores están dispuestos a pagar un plus por ser los primeros en poseer la novedad, lanzan sus productos con un sobre-precio que al poco tiempo es rebajado. No confundir este hecho con el inevitable abaratamiento tecnológico.
En realidad estos usuarios son empleados como “termómetro” o más bien como conejillos de indias. Sufrirán los posibles fallos que prácticamente cualquier nuevo producto en su fase inicial posee.
Mañana, la segunda parte.
Foto | Flickr (Miss Karen)